¿Dónde está el límite entre lo público y lo privado? ¿Cambia nuestra forma de comunicarnos si sospechamos que estamos siendo espiados o vigilados?
"Eterna vigilancia es el precio de la libertad"
Thomas Jefferson
La necesidad de comunicarnos existe desde hace millones de años, y sin ella, aquellos primeros hombres de las cavernas no habrían podido informar a su grupo de dónde había alimento o de que les acechaba algún peligro. La diferencia es que aunque el mensaje no cambie tanto en su esencia, sí lo hace en la forma, y en su transmisión. La comunicación se adapta a la evolución; han cambiado los patrones de consumo, cambian los receptores y por tanto el resto de los elementos implicados en el proceso. La comunicación, por tanto, es creativa.
Dice Gabriel García Márquez que todos tenemos tres vidas: una pública, una privada y una secreta. Mientras que la vida íntima es la esfera más interna de la persona, su vida amorosa, sexual y espiritual; la vida privada es el círculo familiar y más cercano y la vida pública es la propia del derecho a la información. Pero cabría hacer una diferenciación espacial de lo público y lo privado ya que no todo lo que acontece en el ámbito privado está vedado para el derecho a la información y no todo lo público debe ser difundido. El sentido común es la línea que marca el límite entre ambos espacios.
Actualmente asistimos a una era en la que la tecnología y los medios de comunicación establecen y posibilitan un patrón de relaciones que anteriormente no eran posibles. Cualquier persona en cualquier parte del mundo puede saber lo que otra está haciendo. Es más, cualquier persona en cualquier parte del mundo está deseando contar lo que está haciendo. Se ha despertado en los seres humanos una necesidad casi adictiva de crear, y de creer que otros quieren saber qué hacemos, qué comemos, qué ropa vamos a ponernos o dónde estoy en este momento tomando un café. El uso de las redes sociales es un ejemplo de ello, pero también su causa. Todos queremos estar. Estar significa subir fotografías, escribir algo con lo que los demás se emocionen, se rían, cualquier cosa, pero que les provoque algo para que recuerden que seguimos ahí. Un “Me Gusta”, “un retweet”... es suficiente para hacernos saber que nuestro mensaje ha sido recibido y que ha sido efectivo. Y es en ese momento en el que buscamos hacernos ver, que nosotros mismos podemos llegar a debilitar la línea que separa lo privado de lo público.
Así, aparecen en programación los exitosos formatos conocidos como Realitys Shows. Se considera Reality Show o programa de telerrealidad a aquel programa perteneciente a un genero televisivo en el cual se muestra lo que ocurre a personas reales. Para ello se basan principalmente en enseñar momentos de la vida cotidiana, del día a día, de personas no conocidas a la audiencia. Muestran su vida privada en público. Sí. Pero con consentimiento expreso de la persona.
Conocido es por todos el fenómeno Gran Hermano, que después de 14 temporadas, sigue siendo un líder de audiencia y siempre con el mismo esquema: seleccionan a X personas desconocidas, los sitúan en el interior de una casa, hacen desaparecer cualquier contacto con el exterior y ponen miles de cámaras por todos lados, que no dejen ni un hueco sin grabar. Esas personas saben que detrás de esas cámaras hay gente vigilando cada movimiento, observándolo y esperando cualquier anécdota que puedan comentar. Ellos saben que “espían” y nosotros sabemos que “espiamos”. Ahora bien, ¿cómo es su comportamiento ante nosotros? Como saben que los miramos para divertirnos, actúan en consecuencia. Cambian su forma de ser y, por tanto, también su forma de comunicarse. Buscan ser graciosos, llamar la atención, crear polémica... hacerse notar, en resumen. Utilizan muletillas, usan expresiones que todo el mundo conoce, le dan más énfasis a sus palabras... Sin embargo, con el paso de los días, los concursantes se olvidan de las cámaras (es imposible representar un papel durante tantos días o al menos eso afirman los concursantes) y también se olvidan de los que están detrás de ella. Vuelven a retomar su forma de ser y su forma de comunicarse. Ya no necesitan destacar tanto. Los “Ay, qué graciosa es Fulanita” se convierten en “A Fulanita le pasa algo que ahora está como apagada”.
Ahora bien, ellos han accedido a eso. Nadie está emitiendo nada que ellos no quieran. Pero ¿qué pasa cuando lo privado y lo público se convierten en uno sin que la persona lo requiera? Nos referimos a esos individuos que por ser conocidos o por tener un puesto con relevancia tienen que soportar que haya alguien detrás dispuesto a sacar cualquier momento de su vida. Ejemplo: Cuatro periodistas confirman que la mujer de Rajoy abortó en España en 1998. En esta noticia podemos ver como los autores se meten sin más en la vida privada e íntima de la mujer del Presidente del Gobierno Español. Dicen que sufrió un aborto natural solo para recriminar la Ley de Aborto de Gallardón. Argumentan su contrariedad a un tema político con un tema privado. Los afectados se sienten espiados, como los que están en la casa de Gran Hermano pero sin pedirlo, y cambian su forma de ser cuando están fuera, cambian en el trato con los medios e, incluso, cuando están con sus amigos, cambian los temas de los que hablan y la manera en que lo hacen por miedo a que se difunda.
Otro ejemplo donde vemos que lo público y lo privado se entremezclan lo hemos visto en los escraches, manifestaciones que se realizan frente al domicilio privado de una persona para denunciar una situación. La persona escracheada se defiende diciendo que entran en el círculo de su vida privada. Los que lo realizan afirman que la esfera pública y la privada están relacionadas, por eso se va hasta la puerta de su casa, pero no se pasa de ahí. Y eso es lo que lo legitima.
Actualmente asistimos a una era en la que la tecnología y los medios de comunicación establecen y posibilitan un patrón de relaciones que anteriormente no eran posibles. Cualquier persona en cualquier parte del mundo puede saber lo que otra está haciendo. Es más, cualquier persona en cualquier parte del mundo está deseando contar lo que está haciendo. Se ha despertado en los seres humanos una necesidad casi adictiva de crear, y de creer que otros quieren saber qué hacemos, qué comemos, qué ropa vamos a ponernos o dónde estoy en este momento tomando un café. El uso de las redes sociales es un ejemplo de ello, pero también su causa. Todos queremos estar. Estar significa subir fotografías, escribir algo con lo que los demás se emocionen, se rían, cualquier cosa, pero que les provoque algo para que recuerden que seguimos ahí. Un “Me Gusta”, “un retweet”... es suficiente para hacernos saber que nuestro mensaje ha sido recibido y que ha sido efectivo. Y es en ese momento en el que buscamos hacernos ver, que nosotros mismos podemos llegar a debilitar la línea que separa lo privado de lo público.
Así, aparecen en programación los exitosos formatos conocidos como Realitys Shows. Se considera Reality Show o programa de telerrealidad a aquel programa perteneciente a un genero televisivo en el cual se muestra lo que ocurre a personas reales. Para ello se basan principalmente en enseñar momentos de la vida cotidiana, del día a día, de personas no conocidas a la audiencia. Muestran su vida privada en público. Sí. Pero con consentimiento expreso de la persona.
Conocido es por todos el fenómeno Gran Hermano, que después de 14 temporadas, sigue siendo un líder de audiencia y siempre con el mismo esquema: seleccionan a X personas desconocidas, los sitúan en el interior de una casa, hacen desaparecer cualquier contacto con el exterior y ponen miles de cámaras por todos lados, que no dejen ni un hueco sin grabar. Esas personas saben que detrás de esas cámaras hay gente vigilando cada movimiento, observándolo y esperando cualquier anécdota que puedan comentar. Ellos saben que “espían” y nosotros sabemos que “espiamos”. Ahora bien, ¿cómo es su comportamiento ante nosotros? Como saben que los miramos para divertirnos, actúan en consecuencia. Cambian su forma de ser y, por tanto, también su forma de comunicarse. Buscan ser graciosos, llamar la atención, crear polémica... hacerse notar, en resumen. Utilizan muletillas, usan expresiones que todo el mundo conoce, le dan más énfasis a sus palabras... Sin embargo, con el paso de los días, los concursantes se olvidan de las cámaras (es imposible representar un papel durante tantos días o al menos eso afirman los concursantes) y también se olvidan de los que están detrás de ella. Vuelven a retomar su forma de ser y su forma de comunicarse. Ya no necesitan destacar tanto. Los “Ay, qué graciosa es Fulanita” se convierten en “A Fulanita le pasa algo que ahora está como apagada”.
Ahora bien, ellos han accedido a eso. Nadie está emitiendo nada que ellos no quieran. Pero ¿qué pasa cuando lo privado y lo público se convierten en uno sin que la persona lo requiera? Nos referimos a esos individuos que por ser conocidos o por tener un puesto con relevancia tienen que soportar que haya alguien detrás dispuesto a sacar cualquier momento de su vida. Ejemplo: Cuatro periodistas confirman que la mujer de Rajoy abortó en España en 1998. En esta noticia podemos ver como los autores se meten sin más en la vida privada e íntima de la mujer del Presidente del Gobierno Español. Dicen que sufrió un aborto natural solo para recriminar la Ley de Aborto de Gallardón. Argumentan su contrariedad a un tema político con un tema privado. Los afectados se sienten espiados, como los que están en la casa de Gran Hermano pero sin pedirlo, y cambian su forma de ser cuando están fuera, cambian en el trato con los medios e, incluso, cuando están con sus amigos, cambian los temas de los que hablan y la manera en que lo hacen por miedo a que se difunda.
Otro ejemplo donde vemos que lo público y lo privado se entremezclan lo hemos visto en los escraches, manifestaciones que se realizan frente al domicilio privado de una persona para denunciar una situación. La persona escracheada se defiende diciendo que entran en el círculo de su vida privada. Los que lo realizan afirman que la esfera pública y la privada están relacionadas, por eso se va hasta la puerta de su casa, pero no se pasa de ahí. Y eso es lo que lo legitima.
En conclusión, si quieres que la gente entre en tu vida como un participante de un Reality o una vlogger como esta:
O como los participantes de ciertos programas a quienes no les importa ponerle un precio a su vida íntima:
Genial. Pero si quieres conservar tu vida privada en la intimidad, se tiene que respetar.
El límite entre lo público y lo privado tendría que estar donde cada persona quiera situarlo.
¿Y tu vida privada qué precio tiene?
Begoña Zabala Galindo
María García Gil
2º C de Periodismo
Enhorabuena por el artículo. Perfectamente redactado y además estoy muy de acuerdo en lo que decís. Muy bueno. Un saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias
EliminarMuy bien expuesto. Totalmente de acuerdo. Enhorabuena!
ResponderEliminar¡Gracias!
EliminarEnhorabuena por el artículo. Yo creo q hay personas sobre todo famosos q juegan con lo privado y público según les convenga a ellos
ResponderEliminarClaro. Pero ¿no están en su derecho? Me explico: Es su vida y al fin y al cabo ellos son los que deben decidir qué sale al público y en qué momento. ¿Qué piensas tú?
EliminarEs un juego peligroso. Al vender una parte de tu vida según tus intereses abres ya una puerta que habrá quién se crea con permiso a entrar.
EliminarLa privacidad la pone uno mismo marcando hasta donde está dispuesto a llegar. En el ámbito de la televisión a veces no todo vale por dinero.
ResponderEliminarNo todo vale por dinero, pero a veces lo parece ¿no crees? Si la privacidad la marca uno mismo, es decir, si yo decido un día enseñar cómo es mi vida, ¿tendría que soportar que en otro momento vieniera alguien a meterse en ella y publicarla?
EliminarNadie tiene derecho a publicar tu vida sin el consentimiento de la persona ni a meterse en ella si tú no quieres ir más allá....
EliminarMagnífico!!! Un análisis estupendo de la situación actual. No todo tiene precio. No cuando alguien no puede vivir porque tiene una cámara detrás. Pero no solo es uno mismo el que tiene que poner límites, también el público debe respetar y, según el caso, la ley debe también actuar. No todo vale aunque el show deba continuar...
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. El problema viene cuando una persona decide vender una parcela de su vida íntima, y ya el público nos creemos con derecho a indagar más. Pero, ¿lo tenemos?
EliminarGracias por comentar!
¡Genial! Entré en el artículo porque me llamaba la atención el título y tengo que deciros que me ha enganchado ya desde el principio... ¡enhorabuena! Muy buenos ejemplos para ilustrar el límite entre lo público y lo privado. Supongo que el más fácil de apreciar es el de las redes sociales porque, como bien habéis dicho, deseamos contar en todo momento lo que estamos haciendo. Y esto no es algo precisamente reciente, porque si echamos la vista atrás ya desde el Fotolog estaba "de moda" contar lo que habías hecho durante el día y poner alguna foto ilustrativa. Lo mismo ocurre con Twitter o Facebook, y más recientemente con Instagram. La necesidad de publicar nuestra vida privada es como un "virus" que creo que está lejos de poder erradicarse y considero que, si quedan excepciones, son pocas. Quien no tiene una cuenta de Instagram, tiene una de Twitter o Facebook, o en el más "raro" de los casos, está pensándola en hacerse una.
ResponderEliminarAún así, el hecho de publicar momentos de nuestra vida diaria en estas redes creo que está muy lejos de otro tipo de exposición de la vida privada como el de Gran Hermano o El juego de tu vida. En ambos los participantes exponen su vida privada, pero a cambio de dinero.
Por tanto, mientras que en los primeros casos el fin es el "éxito" y el "reconocimiento" social (cuando nosotros publicamos fotos, exceptuando por ejemplo marcas de ropa, cuyo fin es maximizar beneficios), en los segundos el fin meramente lucrativo.
Como conclusión, y en referencia al caso de las redes sociales (puesto que es algo más cercano), creo que ya no tenemos la suficiente credibilidad como para poder exigir que se respete nuestra vida privada. Las redes sociales saben qué nos gusta y trabajan para ofrecérnoslo (de ahí los anuncios personalizados por ejemplo de Facebook) y cientos de personas pueden saber cada día dónde y con quién estamos, a través simplemente de un click. ¿Y ésto por qué? Por voluntad propia, porque nos gusta y porque sentimos la necesidad de hacerlo. Entonces habrá que atenerse a las consecuencias de exponer nuestra vida privada, ya sean buenas o malas.
El post está muy bien, muy interesante la forma de entrelazar las cuestiones sobre reality shows hasta llegara a la intromisión en la vida privada. La cuestión, en este último caso, es cómo se define lo privado en el caso de personas pública ¿No es un asunto privado que el Rey caze elefantes? El problema es que lo hace con dinero público. Y si la mujer de un político hace algo a lo que su marido se opone, es un hecho noticios. En eso admito ser un radical: asumo que entrar en política es renunciar al mismo nivel de privaciad que tiene un ciudadano medio
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el post. Estoy de acuerdo con vosotras y quiero recalcar lo que habéis dicho de las redes sociales. Carla en su comentario dice algo clave, en mi opinión: siempre hemos querido contar lo que hacíamos. Lo que yo creo es que ahora tenemos muchísimas más herramientas para hacerlo: un twit y al segundo las doscientas personas que te siguen están informadas de lo divertidas que son tus vacaciones o de lo buena que es tu madre por regalarte un pintauñas.Yo, de momento, prefiero vivir mi vida y no la de los demás por lo que me mantengo alejada de la mayoría de estas redes sociales. ¡Espero que el "virus" tarde tiempo en cogerme!
ResponderEliminarEn cuanto al tema de los famosos o políticos, creo que lo privado y lo público están separados por una fina línea muy fácilmente franqueable. Es decir, hay actos privados cuyas consecuencias vamos a sufrir todos, por lo que, bajo mi punto de vista, deja de ser privado y tenemos que estar informados de ello.