ARGUMENTACIÓN COMO PERSUASIÓN
A la hora de conseguir trasladar nuestras
ideas a los demás, sin duda una buena argumentación será la herramienta que nos
acercará al éxito. La principal razón de ello es que la argumentación aporta
legitimidad al proceso comunicativo, lo que confiere seguridad y confianza al
receptor.
Por tanto la
argumentación se convierte automáticamente en un instrumento persuasivo que
juega un importante papel en todos los contextos sociales del día a día,
constituyendo una forma legítima de interacción que aplica métodos no
coercitivos para emplear en su lugar nuestra capacidad de responder a razones.
Las razones son contenidos que se
presentan como verdaderos y que, por ello, avalarían otros contenidos con los
cuales estarían relacionados. Por supuesto, no es necesario que tales
contenidos se presenten verbalmente. Así una huella en el suelo indica que una
persona ha pasado por ahí aunque nadie nos lo comunique de manera explícita.
El proceso
argumentativo no es nada reciente. Se trata de una capacidad narrativa que
aparece hace cientos de años. Sólo la posee el ser humano a diferencia del
resto de seres vivos. Esta capacidad vio sus orígenes en dos áreas del
pensamiento de manera simultánea: en la lógica y la retórica. Es importante
señalar aquí que los principios persuasivos emanantes de la argumentación,
pueden ser utilizados con diferentes fines. Así, muchos líderes lograron su poder
a lo largo de la historia utilizando argumentos que defendían sus causas, en
muchos casos de los cuales éstas distaban mucho de ser causas justas.
El proceso argumentativo
aparece como consecuencia de las cuestiones que se plantea el hombre y su
necesidad de reflexionar acerca de ellas. Ejemplo de ello es Sócrates, quién al
utilizar la mayéutica trataba de "hacer parir" las verdades absolutas
a sus interlocutores. Este método consistía en hacer que dicho interlocutor
contestase a una serie de preguntas avalando sus respuestas con argumentos
adecuados, lo que conseguía reducir al absurdo ciertas afirmaciones que al
principio parecían irrefutables.
Posteriormente, con
la llegada de la filosofía de Descartes, la concepción de la argumentación da
un giro decisivo: la argumentación deja de ser un "arte discursivo" y
se convierte meramente en un método, una herramienta.
¿Y en el discurso
político?
Lo primero que debemos de tener en cuenta es que la
finalidad de todo discurso político es conseguir persuadirnos y para ello se
utilizan distintas técnicas que engloban desde los aspectos más formales e
internos de un discurso, hasta lo más superficial.
Persuadir es la clave, el objetivo de todo candidato
político está claro: conseguir votos. Lo que tiene que hacer es sencillo, o
mejor dicho, puede parecer sencillo: persuadir a miles de personas para que
queden totalmente convencidos de sus propuestas o al menos que crean estarlo.
Para ello los líderes políticos, entre otros instrumentos, buscan argumentos
que apoyen aquello que defienden. El problema es que un argumento puede
resultar ser un arma de doble filo: si se puede argumentar cualquier cosa,
también se puede argumentar lo contrario; entonces ¿hasta qué punto son una
buena estrategia?
De alguna forma podríamos decir que no hay ni buenos ni
malos argumentos, lo que no quiere decir “todo vale”, que un argumento sea
adecuando depende del contexto comunicativo en el que se encuentre. No debemos
dejar de lado que el objetivo de un discurso político es demostrar que se está
en posesión de la razón o, en el caso de que no se esté en posesión de ella, al
menos demostrar que la verdad imperante no es real. En este caso más que hablar
de verdad deberíamos hablar de veracidad, es decir, de una razón subjetiva que
es capaz de influenciar a una audiencia para que cambie su forma de pensar, que
seamos creíbles. Para lograrlo, los argumentos tienen que combinar la razón y
la pasión. El hablante tiene que estar
convencido de lo que dice, y debe mostrar que lo está, para lograr la
persuasión de los oyentes.
Así, si la validez de los argumentos depende del contexto,
en un discurso político hablaremos de contexto de persuasión.
El discurso político clásico sigue un esquema establecido:
exordio, exposición o narración, argumentación y peroración. La primera parte,
exordio, es la que se centra en la búsqueda de la atracción del auditorio. En
ella el político debe de buscar una complicidad y ganarse la confianza con el
fin de que el oyente se identifique con lo que dice a través de distintas
técnicas que incluyen desde la forma de comunicarse hasta la imagen física que
proyecta. La exposición o narración es la parte en la que se exponen los
hechos, que en la tercera parte, argumentación, son demostrados por medio de la
exposición de pruebas, por medio de las cuales se llega a la peroración, es
decir, se intenta conseguir que el público se decante a favor de lo que el
político ha expuesto.
Como vemos para que un discurso político sea eficaz debe de
estar sostenido sobre distintos pilares. Si nos pusiéramos desde la perspectiva
de Maquiavelo diríamos que el político no tiene que ser bueno, sino parecer que
lo es. Creo que ahí está la clave de todo líder político capaz de mover la
opinión pública a su antojo. No solo debe de saber cómo llevar el país, sino
que tiene que hacernos creer que lo sabe.
Un punto imprescindible que rodea a todo político es su
imagen. Quizá la primera vez que nos dimos cuenta de la fuerza que tiene la
imagen más externa de un político fue en 1960 en el debate que tuvo lugar en
televisión entre los candidatos a la presidencia americana: John F. Kennedy y
Richard Nixon.
Este debate político, el primero televisado de la historia,
marcó un antes y un después en la política mundial. Fue la primera vez que se
adaptó el lenguaje político y todo lo que conlleva a los códigos de
televisión:
Israel Viana, “Nixón vs. Kennedy: el
día que cambió la televisión y la política” ABC.es. Madrid 05.10.2012 – 13.17h.
http://www.abc.es/20121004/elecciones-estados-unidos/abci-kennedy-nixon-debate-201210041220.html
Este debate resulta interesante a la hora de comprender la
fuerza de la imagen ya que aquellos que siguieron el debate por radio en vez de
por televisión llegaron a la conclusión de que Nixon era el mejor candidato. La
importancia de la imagen hizo que finalmente John F. Kennedy ganase las
elecciones presidenciales.
- VEGA LEÑON, Luis
"Por qué argumentar y por qué hacerlo bien" Instituto de
Filosofía, CCHS-CSIC, Madrid. Disponible en http://www.ugr.es/~lilianbl/pdfs/por_q_arg_bien.pdf
- - MORALES OLVIDO, Ana Laura “La importancia de la argumentación
en la política” GestioPolis 10.09.2009.
Disponible en http://www.gestiopolis.com/economia/la-argumentacion-politica-en-juridica.htm
- Charaudeau, P.
(2009). La argumentación persuasiva. El ejemplo del discurso político. Shiro
M. et ál., Haciendo discurso. Homenaje a Adriana Bolívar, Facultad de
Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, Caracas. Disponible en http://www.patrick-charaudeau.com/IMG/pdf/2009_d_Argum-_y_persuasio_Hom_Bolivar_.pdf
-
“Partes discurso político
clásico” Retoricas.com Disponible en http://www.retoricas.com/2009/04/partes-discurso-politico-clasico.html
Brenda Espasandín Hermidia
María de Benito García de Parada
2º C
Hay aportaciones muy buenas en esta entrada mezclada con otras más discutibles. La cuestión de que la huella comunica no tiene nada que ver con lo persuasivo. Y es discutible que se pueda equiparar la argumentación a un mecanismo narrativo. Con todo, donde se rompe la relación entre argumento y persuasion es con el ejemplo de Kennedy: ahí no hay argumentos en juego, la TV es mera seducción, porque Kennedy es guapo, tranquilo, huele a ganador. Da igual lo que diga, sus razones, sus datos, sus argumentos. De hecho, quienes oyeron el debate en la radio estabán más convenciso por Nixon. Una de las críticas a la telepolítica es que sustituye los argumentos por la seducción.
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