“Somos dueños de nuestros palabras y esclavos de nuestros silencios”, puede que ese dicho resuma nuestro modus operandi de vida en muchas ocasiones. Nuestro día a día se caracteriza por las relaciones sociales que mantenemos aquí y allá, mezclando diferentes contextos y manteniendo en todo momento nuestra identidad. Entendemos así, que existen dos parcelas que se hayan acotadas, en mayor o menor medida, en la personalidad de todos los humanos: la vida pública y la vida privada. Y que cada una refleja unas características de la persona muy diferentes.
¿Qué entendemos por cada una de ellas?
La privacidad puede ser definida como el ámbito de la vida personal de un individuo que se desarrolla en un espacio reservado y debe mantenerse confidencial. Por el contrario, público se considera todo aquello que pertenece a de la sociedad en general porque resulta manifiesto, patente, sabido o visto por todos. Nuestra vida se haya continuamente oscilando entre lo público y lo privado, cada cosa que nos sucede en el día a día se engloba en una de las dos parcelas. Dependiendo mayoritariamente de nuestra personalidad, hay cosas que guardamos para nosotros mismos o para esas personas de nuestro círculo más íntimo, y hay otras que nos arriesgamos a hacer de dominio público.
¿Dónde se encuentra el límite entre ambas esferas?
1. La privacidad sobre terceros y el control.
En ocasiones puede suceder, y nos ha sucedido a casi todos, que una información que hayamos encasillado en nuestra intimidad salga a la luz en contra de nuestra voluntad. Cualquier descuido puede hacer que nuestros secretos más íntimos se descubran, hecho que también puede ser fatal. Todos los seres humanos tenemos derecho a que esa parcela inviolable de la intimidad permanezca como tal. Así lo dice la Constitución española de 1978, la cual establece que se debe garantizar el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar, y a la propia imagen.
¿Está en nuestras manos esa posibilidad?
¿Cómo podemos hacerlo posible?
La respuesta la enlazamos con el control. Como en su día afirmó John B. Thompson en su ensayo "Comunicación y sociedad": "La manera más prometedora de conceptualizar la privacidad es en términos de control. En su sentido más básico la privacidad tiene que ver con la capacidad de los indiviuos de tener control sobre algo. Ese "algo" se entiende como información, es decir, la privacidad es la capacidad de controlar las revelaciones sobre uno mismo, y de controlar cómo y hasta qué punto éstas pueden comunicarse a los demás".
A veces no es solo el autocontrol de nuestra vida privada lo que puede mantener nuestra reputación pública a salvo, sino que en ocasiones son terceras personas las que pueden inferir en ella.
Para ejemplificarlo, haremos referencia a un político que sufrió esta consecuencia de no haber sido capaz de mantener al margen su privacidad por causa de un tercero. Se trata del caso del ex-presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton. Prácticamente todos nosotros, sin importar la generación a la que pertenezcamos, conocemos el escándalo sexual que protagonizó en 1998. La protagonista femenina de este caso fue Mónica Lewinsky, que trabajó como interna no remunerada en la Casa Blanca. Lewinsky mantuvo relaciones sexuales con el entonces presidente estadounidense. Bill Clinton confió en la discreción de la joven, pero esta contó su secreto a la secretaria del presidente, Linda Tripp, quien grabó las conversaciones telefónicas que mantuvo con la becaria. Todo el escándalo salió a la luz y la propia Mónica terminó por confesar que había practicado sexo oral al presidente. Este hecho tuvo una enorme cobertura mediática y estuvo a punto de provocar la dimisión de Clinton.
A raíz de casos como este nos preguntamos:
¿Es lícito sacar a la luz la vida privada de los personajes públicos?
Y más importante todavía:
¿Influye esa parcela de intimidad en el cargo que esté desarrollando el político en cuestión? ¿Es Bill Clinton peor presidente para los Estados Unidos por haberse aireado una información personal?
Nosotros no consideramos que sea así, pero una parte subjetiva de nuestro cerebro activa automáticamente un chip de alerta cuando una persona tan respetable como el presidente norteamericano protagoniza un escándalo sexual. Sin embargo, si esa misma información viniese de la mano de Miley Cyrus, ya nadie se sorprendería. Es, por tanto, una cuestión de ética que va muy relacionada no tanto con el cargo público de la persona, sino con si se rompe o no la imagen social que la misma se esfuerza por proyectar.
2. La privacidad en el siglo XXI. Redes sociales:
Lejos de la década del escándalo de Clinton, el peligro que supone que algunos aspectos de la vida personal salgan a la luz es mucho más probable hoy en día. El auge de las redes sociales y el llamado “periodismo ciudadano” hace que cualquier descuido pueda ser fotografiado, colgado en la red y distribuido con una rapidez asombrosa. Este nuevo paradigma entró en juego en cuanto se empezaron a desarrollar los medios de comunicación. El sociólogo John Thompson, catedrático en la Universidad de Cambridge, llamó a este fenómeno “visibilidad mediática”, y afirmó: “uno ya no tiene que estar presente en la misma situación espacio-temporal que otro individuo para ser testigo de un acto o evento. El campo visual se extiende en el espacio y posiblemente en el tiempo: uno puede ser testigo presencial de hechos que ocurren en lugares lejanos, mientras suceden en tiempo real”.
Ahora cualquier ciudadano con un teléfono móvil en la mano puede captar cualquier tipo de suceso a su alrededor y colgarlo en la red en pocos minutos. Además, la cosa no queda ahí, es muy difícil que un contenido se borre una vez se encuentra en la mano de millones de personas que seguramente ya tendrán varias copias del archivo en cuestión cuando tú hayas borrado la primera. Es necesaria una nueva gestión del equilibrio entre lo público y lo privado.
Como ejemplo tenemos el caso de la famosa Olvido Hormigos, ex-concejala de Los Yébenes. Hormigos se grabó a sí misma masturbándose y dicho vídeo acabó en la red. A pesar de que los abogados de la ex-política mandaron de inmediato la eliminación de su contenido en Internet, los propios internatuas convirtieron en pocas horas la masturbación de Hormigos en un éxito de la viralidad, que llevó a la concejala a dejar su cargo.
Un descuido que, sin el fenómeno viral de las redes sociales, no hubiese sido posible.
Pero la importancia de las políticas de privacidad en estas redes no solo puede afectar a famosos, sino que todos los usuarios estamos convirtiendo nuestras fotos, estados, vídeos e ideales en dominio público. Ya nos avisaba de esto el diario El Mundo, en 2011, cuando el fenómeno Facebook arrasó en Europa. El periódico publicó una noticia sobre la investigación que llevó a cabo un ingeniero informático sobre las políticas de privacidad en redes sociales. La noticia alertaba de lo siguiente:
"Si tienes un perfil privado con fotos privadas, al arrastrar una foto a la barra de navegación tendrás la dirección de la foto. Si copias y pegas esa dirección obtenida, cualquiera podrá acceder desde fuera de tu perfil sin autorización para verla. Esto permite que terceros usuarios accedan sin permiso -por el motivo que sea- a fotografías privadas tuyas para las que no tienen acceso”. Esta manera de obtener la dirección de la imagen en cuestión se da independientemente de la configuración de privacidad del usuario. ¿Cómo es posible? La URL obtenida y que apunta a la imagen no está vinculada directamente a 'facebook.com' sino que pertenece a un servidor externo a la compañía, contratado para alojar datos”.
-El Mundo. 2011.
Es decir, todas las fotos e información de Facebook están en realidad a disposición del público sin tener en cuenta la configuración de la privacidad individual elegida por el usuario. Y la misma política de privacidad sigue la red social YouTube. Su propio nombre nos lo dice: “red social”, pero la magnitud de su uso conlleva a que lo olvidemos.
Una imagen pública muy diferente hubiera dado el Rey Juan Carlos I, de haber tenido en cuenta esto antes de que la famosa foto relativa a su ocio personal por la caza de elefantes se expandiera por toda la red:
Desde el escándalo de Clinton y Lewinski, hasta la vulnerabilidad de nuestras fotos personales de Facebook, se ha producido un cambio generacional que se ha visto marcado en la forma de difundir una información privada, pero no en el contenido y las repercusiones de lo mismo.
Nuestra conclusión viene de nuevo de la mano de Thompson: “La esfera pública se ha transformado en un espacio complejo de flujos de información donde ser público significa ser visible. Este espacio de visibilidad se trata a su vez de un entorno en gran parte incontrolable. Los límites entre lo público y lo privado se desdibujan y cambian constantemente, y en la cual los límites que sí existen en cualquier momento se vuelven porosos, discutibles y sujetos a negociación y resistencia”. Aún jugando en este nuevo paradigma, seguimos planteándonos: ¿es lícito sacar a relucir estos “trapos sucios” de la vida privada ajena? ¿somos conscientes de que nuestra privacidad cada vez hace menos alusión a su definición? Aunque la opinión mayoritaria dice que no, cada uno juega en los límites de su propia moral.
Privacidad... ese derecho arrebatado.
Webgrafía:
http://gredos.usal.es/jspui/bitstream/10366/115568/1/DDPG_Gonzalez_Cifuentes_C._El_derecho.pdf
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?pid=S0188-252X2011000100002&script=sci_arttext
http://www.congreso.es/consti/constitucion/indice/sinopsis/sinopsis.jsp?art=18&tipo=2
http://hispanidad.tripod.com/morent22.htm
http://www.elmundo.es/elmundo/2011/11/16/navegante/1321445699.html
Bibliografía:
Apuntes de la profesora Graciela Padilla en la asignatura “Ética y deontología profesional”.
ÁLVARO VALADÉS.
YLENIA ESPINOSA.
2ºPERIODISMO, D.
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